La situación española en lo que a divorcio se refiere es
nefasta y prehistórica, al parecer, hasta un futuro no muy lejano, pues el
ministro de Justicia Alberto-Ruíz Gallardón pretende imponer un plan de
reformas para este aspecto, fomentando la custodia compartida. Y, dada la inmundicia que rodea al Partido Popular
en las últimas semanas –aún más si cabe, desde que llegó al poder- una noticia
como esta no es sino un alivio, un soplo de aire fresco entre la fetidez. Ya
que me parece de un paletismo poco recomendable centrarse tan solo en la
negatividad de los populares, en el hondo pozo al que están sumiendo a España,
y ya que comentarios como este los hay a montones diariamente, llegando a
aburrir al personal, hoy me centraré en los aspectos positivos que nos pueda traer
este gobierno, y este, considero es uno de ellos.
Desde que se aprobó, por segunda vez desde la Segunda
República, la ley de divorcio durante el gobierno de Felipe González en el año
1981, se ha descuidado e ignorado los intereses más puramente básicos de
aquellos que sufren la peor parte: los más pequeños. Desde siempre, cuando se
producía el divorcio entre un matrimonio con hijos en común, los niños quedaban
a cargo principal de su madre, que, además, tenía derecho a la vivienda de
ambos, y a una manutención alimenticia mensual por hijo que el padre debía
pagar religiosamente. Así, el hombre queda desterrado como un perro, fuera de
su hogar, su casa, sus hijos, a los que solo podrá ver, normalmente, dos fines
de semana al mes, según estipule el juez de turno. La situación, pues, de estos
señores, no puede ser más deprimente.
Con esto, hemos tirado del hilo de lo “natural” y lo
“biológico” de la forma más burda, dando por hecho algo tan “evidente” como
que, los hijos, al provenir de las entrañas de la madre, al criarse durante
meses dentro de esta, necesitan de sus cuidados, que consideramos más
“imprescindibles” que los que pueda aportar el padre en cuestión. Analicemos
tal absurdez señores, es de espanto. Hemos aceptado el tópico –fundamentado,
quizá, en siglos anteriores- de que el divorcio se produce por ese “padre
cabrón” que descuida sus obligaciones, no ayuda en la casa, pone los cuernos e
incluso maltrata a su mujer o sus hijos. Damos por hecho, en muchas ocasiones,
que esa separación se produce debido a la mala conducta de este hombre,
basándonos en situaciones pasadas, en comportamientos e ideales obsoletos, que
hemos “arrecochinado” y no dejamos marchar.
No concebimos la idea de que, tal vez, el pobre desgraciado
sea un buen hombre, trabajador, preocupado por sus hijos, al que su mujer
“putea” con este tipo de favoritismo legal, negándole la visita a sus hijos,
haciendo de su vida una ruina,
cobrándose con la ley, su propio despecho. Basta ya. Pensemos, por una vez, en
los más afectados, esas criaturas que al final, siempre cargan con los males
adultos.