“Creo que esto es una novedad muy relevante que me atrevo a calificar como un auténtico avance histórico” fueron las palabras que el
actual ministro de Justicia Alberto-Ruiz Gallardón empleó ayer para definir
la reforma de la ley del aborto que ha propuesto el Partido Popular, por la que
se prohíbe a las mujeres españolas decidir sobre su continuación del embarazo,
a no ser que cumplan una serie de supuestos ambiguos que aún no han quedado del
todo establecidos.
Gallardón ha resurgido de las tinieblas políticas con un
renovado esplendor: como un lobo con piel de cordero que ha sacado los dientes.
El bueno de Gallardón, el menos conservador del Partido Popular, el más “cercano”
a la izquierda dentro de su ámbito… El lobo con piel de cordero ha acabado por
acobardar a todas las ovejas del rebaño metiéndolas en el mismo redil, para que
se mantengan calladitas y sin rechistar. No importan las circunstancias
personales de cada una de ellas, pues su única labor es la de ofrecer buena
leche y lana, y corderos para procrear la especie. Simple mercancía.
Hubo un tiempo, treinta años atrás, en que las mujeres
debían aventurarse al “método ogino” para evitar posibles embarazos, pues los
preservativos –y qué decir de las píldoras anticonceptivas- eran negocio
prohibido y contrabando vecinal. Era menester recoger dinero de la beneficencia
con tal de pagar un vuelo a Londres, las más afortunadas, pues muchas otras se
dejaban la vida en un cuchitril de mala muerte en las manos de cualquier alcahueta inexperta. Hoy, treinta años después, volvemos a las andadas
franquistas.
No soy partidaria del aborto. De hecho, dudo ser capaz de
someterme a ello si me encontrara en la situación. Pero soy partidaria de que
cada una organice su vida de acuerdo a sus posibilidades, partidaria de la
tolerancia y la libertad de decisión, a fin de cuentas, partidaria de que cada
mujer haga lo que le dé la gana. No soy partidaria del aborto, pero me resulta
asqueroso que el lobo con piel de cordero sea quien decida por mí. Y por ellas.