jueves, 1 de agosto de 2013

Duro de pelar

El pasado fin de semana tuvo lugar en el Teatro Principal de Alicante un acto esperpéntico, fuera de lugar, una broma de mal gusto. Si recurrimos al diccionario de la Real Academia Española, obtenemos las siguientes acepciones de la palabra esperpento o lo que es lo mismo, esperpéntico:  
1.  Hecho grotesco o desatinado.
2.  Género literario creado por Ramón del Valle-Inclán, escritor español de la generación del 98, en el que se deforma la realidad, recargando sus rasgos grotescos, sometiendo a una elaboración muy personal el lenguaje coloquial y desgarrado.
3.  Persona o cosa notable por su fealdad, desaliño o mala traza.

Pues bien, el sábado 27 de julio, una cantidad considerable de espectadores contemplamos, horrorizados, el terrible espectáculo que se desarrollaba ante nuestros sentidos, tras habérsenos prometido una experiencia irrepetible, una fusión impresionante de coreografía sobre hielo acompañada de los mejores musicales de la historia, por la que habíamos pagado cantidades considerables -las entradas oscilaban entre los 18 y los 30 euros-. Broadway on Ice, se hacía llamar. Nada más lejos de la realidad. Ya el comienzo fue pobre e improvisado, los músicos realmente perdidos, nos mirábamos los unos a los otros asustados ante lo que iba a acontecer, no necesitábamos mucho más que tal comienzo para esperar lo peor.

Durante las dos horas siguientes, fueron apuñaladas clásicas canciones de musicales como Jesucristo Superstar, El fantasma de la ópera, Fama, Moulin Rouge, Grease, Dirty Dancing, Mamma Mia, Flashdance, además de interpretaciones como Moon River y algunos temas de Queen. Todo ello de la mano de cantantes bastante mediocres, con voces pobres y poco trabajadas, entre los que destacaron una tal Rebeca Pous, que posteriormente reconocí como aquella cantante de los años 90 que solía escuchar en mi infancia más temprana, de éxito efímero, que ha protagonizado recientemente un cutre anuncio de neumáticos. Los patinadores, saliendo del paso sobre aquella placa minúscula de dudosa procedencia, -desde luego, no parecía hielo- trabajaron una coreografía sin ninguna gracia, de poca elaboración, con una descoordinación brutal, llegando, en ocasiones, a andar en circulos, a través de la pista.

Otro aspecto destacable fue el ridículo y ostentoso vestuario que se gastaban, repleto de brillos y colores -demasiado- vistosos, vestuario que iba reduciéndose conforme el asunto perdía -aún- más calidad. Tan fuera de lugar resultó, que, durante la osadía hacia Queen, un hombre de chaleco abierto y pelo en pecho, nos deleitó portando un grotesco bigote. Un inglés funesto y malsonante, mujeres mayores bailando y cantado las coplas de su juventud, un hombre mayor bastante excitado a mi lado era lo que me rodeaba. 

Tengo otro recuerdo anecdótico en mente, un chiquillo de unos doce años, sonriente, en la cola antes de entrar, dijo a su madre: "Mamá, es la primera vez que vengo al teatro". Pobre criatura.

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