El otro día pisé una gran mierda de perro. Ocurrió así: caminaba yo por la acera sorprendiéndome, precisamente, de la cantidad de excrementos que veía desparramados por el suelo, cuando, de pronto, noté cómo mi pie se deslizaba ligeramente por el pavimento, y una masa caliente se metía entre mis dedos y por dentro de mi sandalia. Es imaginable y comprensible el ataque de histeria que se sobrevino después: el pie y el zapato lleno de mierda, precisamente cuando me dirigía a una comida familiar -no familiar mía, sino de mi pareja-. La cosa no podía ir mejor. Más tarde, tras pedirle un pañuelo a una señora que pasaba por allí, señora que comenzó a blasfemar sin ningún reparo, Todas estas de los perros son unas guarras de cuidado, aumentando mi mala hostia, conseguí caminar con dedos pegajosos y malolientes.
Pues bien, anoche mismo, me disponía a pasear a mi perra. En una mano el móvil y los auriculares, del brazo colgada una gran bolsa de basura -para variar- y en la otra mano Bella, tirándome desesperada por salir. Un pequeño caos rutinario. Cuando estaba a punto de entrar al ascensor, me percaté de que no llevaba ninguna bolsa atada a la correa, y pensé: ¡Bah! no importa, que cague entre los matorrales, nadie se dará cuenta si es de noche. Pero entonces, algo se despertó en mi mente, haciendo que me replanteara la situación.
Como si de uno de esos momentos de dibujo animado se tratase, mi yo más demoniaco me susurraba en el lado derecho de mi cabeza, instándome a que me fuera sin las bolsas, ya que el ayuntamiento de esta nuestra ciudad invierte grandes cantidades de dinero en dispensadores que siempre tiene vacíos, además de que muchas personas nunca recogen las cacas de sus perros mientras yo lo hago siempre como una pringada, para después acabar eso, pringrada, de la mierda que otros no han querido recoger. Por otra parte, mi yo más angelical me instaba a hacer lo correcto, ya que el día anterior había padecido un acontecimiento escatológico provocado por lo que en ese mismo instante yo estaba a punto de ignorar. En resumen, sentí como si Dios, desde los cielos, me pusiera a prueba de la forma más absurda posible.
Esta mañana, mientras escribía esta anécdota, pensé que tal vez sería provechoso convertirla en un artículo, artículo con forma de historieta, en lugar de escribir de nuevo sobre Bárcenas, la supuesta bajada de impuestos de Mariano Rajoy el próximo año, el nuevo sistema de becas que acaba de entrar en vigor o la decisión de Barack Obama de intervenir militarmente en Siria; información o desinformación sobre la que muchos de vosotros estaréis hastiados.
Por eso mismo, y para empezar bien este nuevo mes, yo me decido a intervenir en esa corriente de noticias calcadas y repetitivas, contandoos una anécdota tan rutinaria como la vida misma. Tal vez un día os hable sobre mi nueva receta de macarrones, sería interesante alternarlo con un artículo sobre la nueva ley de custodia compartida.
La decisión que tomé yo anoche la dejó a vuestra libre imaginación, así como qué habríais hecho vosotros en mi lugar. En vuestro lugar yo caminaría por la calle mirando el suelo con detenimiento.
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