jueves, 28 de marzo de 2013

Poseedores de la verdad

Soy una de esas personas a las que les gusta martirizarse un poquito. Especificaré esto, ya que puede tomar muchas connotaciones. Bien, si un grupo de personas cuya ideología detesto -o no comparto, mejor, que detestar es una palabra demasiado sonora- comienza a debatir sobre un tema que me llega especialmente, a pesar de que soy consciente de la mala sangre que me producirá escuchar esas palabras, yo me pongo frente al televisor sin pensarlo, e intento escuchar y hasta comprender lo que esta gente quiere argumentar. Eso mismo hice anoche, ante mi insomnio innato, me senté a ver el debate de El Gato al Agua, en el que varios sujetos argumentaban firmemente lo negativo que resulta para un niño tener unos padres homosexuales. Creo que no es necesario que diga cuál es la ideología de este grupo, Intereconomía, porque la mayoría la conoce, así que iré directamente al meollo de la cuestión.

Antes de comenzar a ver el debate, mientras me dirigía por el pasillo al salón, yo enlazaba en mi cabeza los argumentos que utilizaría si me encontrara en esa misma mesa, intentando debatir en contra de lo que ellos, tan fielmente, afirmarían. "Yo contactaría con un psicólogo infantil, alguien que conociera y pudiera explicar, mucho mejor que yo y con una base científica, el desarrollo en la niñez, y que pudiera asegurar que SI es positivo el crecimiento de un niño con dos padres o dos madres". Lo curioso es lo convencida que estaba yo de que cualquier psicólogo en la faz de la Tierra -debido a sus estudios y lo que conllevan- estaría de acuerdo con el matrimonio homosexual y la posible adopción. Ahora me siento bastante idiota ante este sentimiento de seguridad, pero de los errores se aprende, y ahora veremos por qué. Me siento yo en el sofá con mi media sonrisa sarcástica, creyendo saber con certeza todos los argumentos que se expondrían, cuando de pronto sale una mujer que se incorpora al debate, y ante mi perplejidad, afirma ser psicopedagoga infantil y experta en la solución de problemas familiares. Fue ahí cuando mi sonrisa sarcástica dio paso a mi cara de imbécil, al comprobar que toda mi teoría se había ido -si se me permite- a la mierda.

Lo que ocurrió a continuación es bastante predecible: la psicopedagoga en cuestión atacó sin ningún miramiento la adopción en parejas homosexuales y no solo eso, sino también afirmó que, en caso de tener que ayudar a una familia de este tipo, no lo haría, ya que "no dispone de las herramientas necesarias para ello". Supongo que no seré la  única que se pregunte qué son esas "herramientas" de las que habla. A mi también me gustaría saberlo.

Dicen que no te acostarás nunca sin aprender algo nuevo... pues quizá tengan razón. En mi caso, anoche me acosté con una nueva reflexión en mi mente. Esas personas llamaron a una profesional que compartiera su ideología y forma de ver el tema que se iba a tratar, como yo, de haber sido aquel mi programa -Dios no lo quiera- podría haber hecho lo mismo, contratando en este caso, una psicóloga que argumentara a mi favor. Sé y digo sé porque estoy más que segura, de que a esta conclusión habréis llegado todos hace una eternidad, pero yo soy una pobre tonta que quería creer a Kant o Hume porque confiaba en que uno de ellos tuviera más razón que el otro. Ya soy conocedora de mi, llamémosle error garrafal. Necesito creer en algo, creer que ese algo o alguien están en la posesión de una verdad, por encima del resto, una verdad que ellos conocen y el resto no, una verdad que nadie puede discutirles, una verdad del tipo A es A y no hay nada más que hablar. Puede que algunos comparen esta necesidad mía con la creencia en Dios, Dios que todo lo conoce y lo sabe, que es poseedor de la verdad más absoluta y nadie puede discutirle. Es así y punto. Bueno, aceptaré este argumento, pero no voy a compartirlo. No quiero que esta necesidad mía se alivie o termine de una forma tan fácil, me gusta ir más allá.

Pero dejemos mi situación a un lado y reflexionemos. "¿Cómo es posible, por ejemplo, que hubiera -y haya- partidarios de la ideología hitleriana o franquista? ¿Cómo podían aquellas personas defender tanta atrocidad? ¿Por qué a la gente le gusta ver sufrir a un animal hasta la muerte? ¿Por qué aún sigue existiendo gente que no es partidaria del matrimonio homosexual o de la consecuente adopción por parte de éste?..." Estas son algunas de las preguntas que yo -y mucha gente que opine igual- se haría. Para ellos -y para mí- es tan evidente la obviedad con que negaríamos estas afirmaciones, que no somos capaces de entender por qué otras personas pueden pensar de forma diferente a cómo lo hacemos nosotros. Es inconcebible. Incomprensible. Nos horroriza. ¿Por qué? ¿Por qué muchas veces no somos capaces de aceptar que otras personas no tengan nuestra misma opinión? Los periodistas -o lo que fuera- que se sentaron ayer a debatir el tema del que hablo se creían totalmente en posesión de la verdad absoluta, y eso a muchos nos horroriza. Pero quizá deberíamos pensar si a ellos no les horroriza de igual forma que nosotros aceptemos el matrimonio homosexual y no solo eso, santo dios, sino que también se les permita "tener" hijos.

No quiero extenderme mucho más, creo que la idea principal ya es entendible. Pero diré algo más. Creo que es muy positivo e interesante, hasta bonito, que haya gente que no piense como nosotros. Que entre la humanidad, exista la diversidad de opinión sobre un mismo tema. Que unos sean capaces de ver la misma cosa como maravillosa, mientras otros la ven despreciable. Lo que no podemos pretender es intentar convencer al resto de que lo que tú crees es lo único válido en la vida, de que eres poseedor de la verdad absoluta. Porque, ni Dios, ni Hume, ni Kant, ni los de Intereconomía, tienen tal poder. Esa verdad quedará siempre flotando en el aire, esperando a que cada uno la acoja y moldee a su gusto, como aquel orfebre que afirma que sus vasijas son las mejores, las más perfectas, y no las del orfebre del puesto contiguo.

domingo, 17 de marzo de 2013

Bieber, odiado y amado


Hoy toca hablar del eterno odiado-amado, y ese no es otro que Justin Bieber. Muchas personas que me conozcan se sorprenderán -o no- de que escriba hoy sobre él, y quizá la mayoría crea saber de que hablaré en este artículo -ya que ayer fue su concierto aquí en Barcelona, y lógicamente, yo estuve presente-. Sea como sea, no importa. Hoy intentaré abandonar mi, hasta ahora, “fe ciega” hacia Bieber y escribir estas líneas de la manera más objetiva posible. Vuelvo a los que me conozcáis, que al leer esta última frase pensaréis “esto promete”.

Ayer fue el segundo concierto de Bieber en España, tras el pasado jueves en Madrid. He oído -pero no leído todavía- que ha habido, como era de esperar, muchas críticas sobre dicho concierto. No penséis que voy a hacerle un lavado de imagen ahora, porque no lo voy a hacer, al menos de una forma facilona y sin argumentos. Justin Bieber es un producto. Mejor dicho, es un gran producto. Un “negocio” -a pesar de lo horroroso de este calificativo hacia una persona, pero así es,- que está siendo explotado al máximo. Dicho negocio comenzó allá por 2007, cuando un chiquillo colgó algunos videos en YouTube, nada profesionales, cantando mientras se cepillaba los dientes con el váter de fondo. Por ello podemos deducir que esto no guardaba ningún objetivo -profesionalmente hablando-, simplemente era algo para su familia y amigos más cercanos. Pero ni él -lógicamente, dada su edad- ni su madre contaron con el “factor internet”. El factor que demuestra que internet puede muy útil, pero también muy peligroso. Si publicas algo en YouTube, por ejemplo, estás vendido. Y él, desde el principio, estuvo vendido.

Fue un “don nadie” hasta que un manager de Atlanta vio en ese pequeño niño rubio, avispado y con cara de nena a “la gallina de los huevos de oro”. Vio el negocio personificado ante sus ojos. Y alguien que se dedica a lo que él no podía dejar pasar una oportunidad como aquella, sabía que con aquel chaval de un pueblecillo canadiense pegaría el pelotazo, y vaya que si lo pegó, el mayor de su vida. Desde aquel momento, hasta hoy, el éxito del ya no tan niño Justin Bieber ha crecido como la espuma. No voy a enumerar todos sus logros porque tampoco viene al caso, y eso me ocuparía varios artículos, pero tampoco creo que sea necesario hacerlo, todo el mundo conoce su éxito.


Ahora hablaré un poco del concierto de anoche, porque esta es la primera y última vez que espero escribir sobre Bieber, y no quiero dejarme nada. Anoche no vi al Bieber al que estábamos acostumbradas las que le seguíamos desde los comienzos. Anoche vi al producto en que lo han convertido. Y eso me asustó, mucho. Pensaréis que soy una pobre imbécil, que todos os habíais dado cuenta de esto antes, que era algo completamente evidente. Pues bien, tal vez sea así. Estoy segura, de hecho. Siempre lo he sabido, pero nunca lo había visto. Y ayer lo vi. Vi a un Bieber derrotado, asqueado, angustiado. Un pobre infeliz. Alguien que ha sido vendido como un esclavo, alguien sin capacidad de elección. Me atrevería a decir que vi hasta un pobre prostituto, en un sentido aproximado de la palabra. El principio del concierto ya me mosqueó bastante, su aparición desde “el cielo” con unas enormes alas oscuras, me pareció grotesto, hortera y fuera de lugar, cuanto menos. Pero lo que siguió a continuación tampoco me dejó indiferente. Apenas cantó en directo ninguna canción, y las pocas veces que lo hizo podía escuchar una voz cascada, saturada, sin vida. A pesar de ello, sorprendentemente no desafinó en ningún momento, y estuvo lo más correcto -vocalmente hablando- que permitieron las circunstancias. Luego tenemos el brutal exhibicionismo al que estuvo expuesto. Pocas fueron las veces en que no se levantó la camiseta o directamente la tiró al público para que todas aquellas adolescentes enloquecidas gritaran con -aún- más fuerza. Aquello era un espectáculo digno de ver, que observaba yo misma junto a un guardia que sonreía horrorizado. -Desde hoy, y porque yo lo digo, es posible sonreír horrorizado-. Poco más cabe señalar del concierto que tuvo lugar ayer en un Palau Sant Jordi algo vacío para tratarse de alguien de tal calibre como Bieber.


Ahora es cuando toca reflexionar. ¿Tiene él algo de culpa? Pensemos, dejemos a un lado ese odio -inexplicable- que muchos sienten hacia él, y utilicemos nuestra mente para algo más que eso. Lo cierto es que no. Un niño de doce años al que le ofrecen éxito, dinero, viajes, lujos y chicas enloquecidas solo para él, se niega a rechazar algo así. Y más si ha vivido toda su corta vida en una pobreza latente, aguda. Con doce años no eres capaz de pensar en casi nada con un mínimo de racionalidad, y menos si lo que debes decidir es si convertirte o no en la estrella adolescente más importante del planeta. Podríamos echar esa culpa, como el que pasa la patata caliente con nerviosismo, a su madre. Y si no es a ella, a cualquier otro. Pero tampoco vamos a hacerlo. Lo que es bastante evidente, es que él es inocente. Y creo que bastante bien ha estado llevando todo lo que le está cayendo, otros muchos en su situación lo han llevado bastante peor. Lo cierto es que no solemos pararnos a pensar en lo dura, si si, dura que es la vida de esta gente. Millones de dólares aparte, son pobres desgraciados. Justin Bieber no se ha librado ni de que bauticen a su pene como "Jerry". Horrible. Pero no pretendo convencer de esto a nadie, porque la verdad es que lo que piense la gente sobre él -y sobre cualquier tema que no me concierna- me importa bien poco. Cada uno con sus ideas y opiniones, y que siga así.

Si Justin Bieber gusta tanto -dejando a un lado el físico o sus canciones comerciales y pegadizas- es por el mensaje que transmite. A vosotros, como a muchos otros, no os dirá nada y os parecerán -si se me permite la expresión- gilipolleces. Pero para chiquillas de catorce, quince años, en pleno desarrollo físico e intelectual, es un soplo de aire fresco. Adolescentes que aún están en el limbo, que tienen sus “sueños” imposibles -como todos los hemos tenido alguna vez-. Y él difunde y contagia esos mensajes: “Nunca digas nunca”, “No te des por vencido”, “Cree en ti”, “Todo es posible si luchas”, “Si yo he llegado hasta aquí siendo nada, vosotras también podéis”... Y sigue. Y estas frases no son sino una bendición en este mundo hostil al que se enfrentan estas chicas, en el que en la mayoría de los casos, para ellas, “nada merece la pena”, “son más feas que el resto”, “tienen menos tetas que una de la otra clase” o “no saben que será de ellas”. Podríamos decir que él les infunde esperanza. Hablo de las fanáticas, las Beliebers, -creyentes- más incondicionales, que solo tienen en mente a “su pequeño canadiense”.

Con toda probabilidad, ellas caerán del limbo más temprano que tarde, y verán con otros ojos -tal vez con pena, como es ahora mi caso- a ese pobre chico que parece tener todo, pero que realmente no tiene nada, y no precisamente porque él lo haya querido así.

domingo, 3 de marzo de 2013

Ella




Es bien sabido por todos que lo mejor para superar un miedo o problema es enfrentarte a él. Como el niño que teme al agua y es obligado por sus padres a asistir a clases de natación. ¿Qué es lo primero que sucede? El monitor le lanza brutalmente al agua -demasiado fría- de la piscina, sin ninguna protección, mientras el pobre chiquillo -o chiquilla en mi caso- boquea desesperadamente en busca de aire y mueve los brazos de un lado a otro, inutilmente, creyendo morir allí mismo. Pues bien, hoy voy a intentar hacer esto mismo, aunque en lugar de enfrentarme a ese, llamémosle problema, me aliaré con él. De nuevo ella, en este caso. 

"Ella" es la inspiración. La eterna odiada y amada -amor y odio, mismo sentimiento, manifestaciones opuestas-; esa que se presenta cuando le viene en gana y se marcha, normalmente, antes de tiempo, esa que se busca como busca el aire el niño al que le tiran a la piscina, desesperadamente, cuando no llega. La inspiración es como el amor, podría decirse. Algo tan abstracto y absurdo cuyo comportamiento es totalmente inexplicable. ¿Alguien sabría o seria capaz de intentar explicarme su patrón de comportamiento? Si así es, que me lo haga saber con urgencia. Resolverá un eterno misterio en la historia.

Lo peor -o lo mejor, según como se mire- de todo, es que la inspiración es un llamémosle "factor" de trabajo importante en muchas profesiones. ¿Qué hace el escritor que debe entregar una novela a su editor un día concreto? ¿Qué hace si se levanta cada mañana, día a día, sin tener nada nuevo que aportar, nada que crea que merezca la pena? Ella es quién controla todo esto. Si ella no aparece, el sentimiento siguiente es la desesperación. ¿Qué hago? ¿Qué escribo? ¿Qué cuento? Los minutos pasan y ese artículo que debes escribir para dentro de pocas horas esta sin empezar. Y no vale echarle la culpa a la inspiración, porque a tu jefe eso le importará bien poco. 

Es curioso, porque a pesar de no haber sacado nada en claro sobre su comportamiento, he podido observar que la inspiración es libre. Libre como el mar, el tiempo o el buen humor. Puede que la inspiración y el buen humor sean amigos, estoy segura de que tienen algún pacto secreto -obviamente-. Así como un día te levantas de buenísimo humor y haces todo lo que debes hacer en tu día con una sonrisa en la cara, al día siguiente te levantas con un humor de perros -maldita expresión, me encantan los perros- y debes hacer exactamente lo mismo que hiciste el día anterior, pero asqueado con la vida. Pues creo que ocurre lo mismo con ella, un periodista que debe escribir artículos cada día, tendrá la suerte de tenerla de su parte tal vez Lunes, Miércoles y Viernes... Pero si el Martes y Jueves esta no se digna a aparecer, estamos jodidos. 

He de admitir, quizá un poco a mi pesar, que al ser humano le atraen las cosas complicadas. Las relaciones complicadas, los temas complicados, las situaciones complicadas. Por eso la inspiración es tan querida, y no solo por ser totalmente imprescindible, sino por su comportamiento -complicado-. Por eso los periodistas y escritores -o aspirantes a ello- estamos enamorados de ella. 

Si releo este articulo, me parecerá una sarta de gilipolleces sin sentido y probablemente lo borraré y dejaré sin publicar. Pero hoy quiero jugármela, porque es una mañana de domingo aburridísima y me apetece hacer una "Daliada" -concepto que prometo explicar más adelante-, así que voy a publicar esto pase lo que pase, tan solo le daré a "publicar" y punto. Hoy la he engañado. Puede que ella lleve semanas sin hacer acto de presencia en mi mente, pero hoy la he engañado. Porque a través de ella, o de su mano, he escrito esto, que para bien o para mal, es un artículo. "Si no puedes con tu enemigo, únete a él". Lo he intentado, al menos...