domingo, 17 de marzo de 2013

Bieber, odiado y amado


Hoy toca hablar del eterno odiado-amado, y ese no es otro que Justin Bieber. Muchas personas que me conozcan se sorprenderán -o no- de que escriba hoy sobre él, y quizá la mayoría crea saber de que hablaré en este artículo -ya que ayer fue su concierto aquí en Barcelona, y lógicamente, yo estuve presente-. Sea como sea, no importa. Hoy intentaré abandonar mi, hasta ahora, “fe ciega” hacia Bieber y escribir estas líneas de la manera más objetiva posible. Vuelvo a los que me conozcáis, que al leer esta última frase pensaréis “esto promete”.

Ayer fue el segundo concierto de Bieber en España, tras el pasado jueves en Madrid. He oído -pero no leído todavía- que ha habido, como era de esperar, muchas críticas sobre dicho concierto. No penséis que voy a hacerle un lavado de imagen ahora, porque no lo voy a hacer, al menos de una forma facilona y sin argumentos. Justin Bieber es un producto. Mejor dicho, es un gran producto. Un “negocio” -a pesar de lo horroroso de este calificativo hacia una persona, pero así es,- que está siendo explotado al máximo. Dicho negocio comenzó allá por 2007, cuando un chiquillo colgó algunos videos en YouTube, nada profesionales, cantando mientras se cepillaba los dientes con el váter de fondo. Por ello podemos deducir que esto no guardaba ningún objetivo -profesionalmente hablando-, simplemente era algo para su familia y amigos más cercanos. Pero ni él -lógicamente, dada su edad- ni su madre contaron con el “factor internet”. El factor que demuestra que internet puede muy útil, pero también muy peligroso. Si publicas algo en YouTube, por ejemplo, estás vendido. Y él, desde el principio, estuvo vendido.

Fue un “don nadie” hasta que un manager de Atlanta vio en ese pequeño niño rubio, avispado y con cara de nena a “la gallina de los huevos de oro”. Vio el negocio personificado ante sus ojos. Y alguien que se dedica a lo que él no podía dejar pasar una oportunidad como aquella, sabía que con aquel chaval de un pueblecillo canadiense pegaría el pelotazo, y vaya que si lo pegó, el mayor de su vida. Desde aquel momento, hasta hoy, el éxito del ya no tan niño Justin Bieber ha crecido como la espuma. No voy a enumerar todos sus logros porque tampoco viene al caso, y eso me ocuparía varios artículos, pero tampoco creo que sea necesario hacerlo, todo el mundo conoce su éxito.


Ahora hablaré un poco del concierto de anoche, porque esta es la primera y última vez que espero escribir sobre Bieber, y no quiero dejarme nada. Anoche no vi al Bieber al que estábamos acostumbradas las que le seguíamos desde los comienzos. Anoche vi al producto en que lo han convertido. Y eso me asustó, mucho. Pensaréis que soy una pobre imbécil, que todos os habíais dado cuenta de esto antes, que era algo completamente evidente. Pues bien, tal vez sea así. Estoy segura, de hecho. Siempre lo he sabido, pero nunca lo había visto. Y ayer lo vi. Vi a un Bieber derrotado, asqueado, angustiado. Un pobre infeliz. Alguien que ha sido vendido como un esclavo, alguien sin capacidad de elección. Me atrevería a decir que vi hasta un pobre prostituto, en un sentido aproximado de la palabra. El principio del concierto ya me mosqueó bastante, su aparición desde “el cielo” con unas enormes alas oscuras, me pareció grotesto, hortera y fuera de lugar, cuanto menos. Pero lo que siguió a continuación tampoco me dejó indiferente. Apenas cantó en directo ninguna canción, y las pocas veces que lo hizo podía escuchar una voz cascada, saturada, sin vida. A pesar de ello, sorprendentemente no desafinó en ningún momento, y estuvo lo más correcto -vocalmente hablando- que permitieron las circunstancias. Luego tenemos el brutal exhibicionismo al que estuvo expuesto. Pocas fueron las veces en que no se levantó la camiseta o directamente la tiró al público para que todas aquellas adolescentes enloquecidas gritaran con -aún- más fuerza. Aquello era un espectáculo digno de ver, que observaba yo misma junto a un guardia que sonreía horrorizado. -Desde hoy, y porque yo lo digo, es posible sonreír horrorizado-. Poco más cabe señalar del concierto que tuvo lugar ayer en un Palau Sant Jordi algo vacío para tratarse de alguien de tal calibre como Bieber.


Ahora es cuando toca reflexionar. ¿Tiene él algo de culpa? Pensemos, dejemos a un lado ese odio -inexplicable- que muchos sienten hacia él, y utilicemos nuestra mente para algo más que eso. Lo cierto es que no. Un niño de doce años al que le ofrecen éxito, dinero, viajes, lujos y chicas enloquecidas solo para él, se niega a rechazar algo así. Y más si ha vivido toda su corta vida en una pobreza latente, aguda. Con doce años no eres capaz de pensar en casi nada con un mínimo de racionalidad, y menos si lo que debes decidir es si convertirte o no en la estrella adolescente más importante del planeta. Podríamos echar esa culpa, como el que pasa la patata caliente con nerviosismo, a su madre. Y si no es a ella, a cualquier otro. Pero tampoco vamos a hacerlo. Lo que es bastante evidente, es que él es inocente. Y creo que bastante bien ha estado llevando todo lo que le está cayendo, otros muchos en su situación lo han llevado bastante peor. Lo cierto es que no solemos pararnos a pensar en lo dura, si si, dura que es la vida de esta gente. Millones de dólares aparte, son pobres desgraciados. Justin Bieber no se ha librado ni de que bauticen a su pene como "Jerry". Horrible. Pero no pretendo convencer de esto a nadie, porque la verdad es que lo que piense la gente sobre él -y sobre cualquier tema que no me concierna- me importa bien poco. Cada uno con sus ideas y opiniones, y que siga así.

Si Justin Bieber gusta tanto -dejando a un lado el físico o sus canciones comerciales y pegadizas- es por el mensaje que transmite. A vosotros, como a muchos otros, no os dirá nada y os parecerán -si se me permite la expresión- gilipolleces. Pero para chiquillas de catorce, quince años, en pleno desarrollo físico e intelectual, es un soplo de aire fresco. Adolescentes que aún están en el limbo, que tienen sus “sueños” imposibles -como todos los hemos tenido alguna vez-. Y él difunde y contagia esos mensajes: “Nunca digas nunca”, “No te des por vencido”, “Cree en ti”, “Todo es posible si luchas”, “Si yo he llegado hasta aquí siendo nada, vosotras también podéis”... Y sigue. Y estas frases no son sino una bendición en este mundo hostil al que se enfrentan estas chicas, en el que en la mayoría de los casos, para ellas, “nada merece la pena”, “son más feas que el resto”, “tienen menos tetas que una de la otra clase” o “no saben que será de ellas”. Podríamos decir que él les infunde esperanza. Hablo de las fanáticas, las Beliebers, -creyentes- más incondicionales, que solo tienen en mente a “su pequeño canadiense”.

Con toda probabilidad, ellas caerán del limbo más temprano que tarde, y verán con otros ojos -tal vez con pena, como es ahora mi caso- a ese pobre chico que parece tener todo, pero que realmente no tiene nada, y no precisamente porque él lo haya querido así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario