Soy una de esas personas a las que les gusta martirizarse un poquito. Especificaré esto, ya que puede tomar muchas connotaciones. Bien, si un grupo de personas cuya ideología detesto -o no comparto, mejor, que detestar es una palabra demasiado sonora- comienza a debatir sobre un tema que me llega especialmente, a pesar de que soy consciente de la mala sangre que me producirá escuchar esas palabras, yo me pongo frente al televisor sin pensarlo, e intento escuchar y hasta comprender lo que esta gente quiere argumentar. Eso mismo hice anoche, ante mi insomnio innato, me senté a ver el debate de El Gato al Agua, en el que varios sujetos argumentaban firmemente lo negativo que resulta para un niño tener unos padres homosexuales. Creo que no es necesario que diga cuál es la ideología de este grupo, Intereconomía, porque la mayoría la conoce, así que iré directamente al meollo de la cuestión.
Antes de comenzar a ver el debate, mientras me dirigía por el pasillo al salón, yo enlazaba en mi cabeza los argumentos que utilizaría si me encontrara en esa misma mesa, intentando debatir en contra de lo que ellos, tan fielmente, afirmarían. "Yo contactaría con un psicólogo infantil, alguien que conociera y pudiera explicar, mucho mejor que yo y con una base científica, el desarrollo en la niñez, y que pudiera asegurar que SI es positivo el crecimiento de un niño con dos padres o dos madres". Lo curioso es lo convencida que estaba yo de que cualquier psicólogo en la faz de la Tierra -debido a sus estudios y lo que conllevan- estaría de acuerdo con el matrimonio homosexual y la posible adopción. Ahora me siento bastante idiota ante este sentimiento de seguridad, pero de los errores se aprende, y ahora veremos por qué. Me siento yo en el sofá con mi media sonrisa sarcástica, creyendo saber con certeza todos los argumentos que se expondrían, cuando de pronto sale una mujer que se incorpora al debate, y ante mi perplejidad, afirma ser psicopedagoga infantil y experta en la solución de problemas familiares. Fue ahí cuando mi sonrisa sarcástica dio paso a mi cara de imbécil, al comprobar que toda mi teoría se había ido -si se me permite- a la mierda.
Lo que ocurrió a continuación es bastante predecible: la psicopedagoga en cuestión atacó sin ningún miramiento la adopción en parejas homosexuales y no solo eso, sino también afirmó que, en caso de tener que ayudar a una familia de este tipo, no lo haría, ya que "no dispone de las herramientas necesarias para ello". Supongo que no seré la única que se pregunte qué son esas "herramientas" de las que habla. A mi también me gustaría saberlo.
Dicen que no te acostarás nunca sin aprender algo nuevo... pues quizá tengan razón. En mi caso, anoche me acosté con una nueva reflexión en mi mente. Esas personas llamaron a una profesional que compartiera su ideología y forma de ver el tema que se iba a tratar, como yo, de haber sido aquel mi programa -Dios no lo quiera- podría haber hecho lo mismo, contratando en este caso, una psicóloga que argumentara a mi favor. Sé y digo sé porque estoy más que segura, de que a esta conclusión habréis llegado todos hace una eternidad, pero yo soy una pobre tonta que quería creer a Kant o Hume porque confiaba en que uno de ellos tuviera más razón que el otro. Ya soy conocedora de mi, llamémosle error garrafal. Necesito creer en algo, creer que ese algo o alguien están en la posesión de una verdad, por encima del resto, una verdad que ellos conocen y el resto no, una verdad que nadie puede discutirles, una verdad del tipo A es A y no hay nada más que hablar. Puede que algunos comparen esta necesidad mía con la creencia en Dios, Dios que todo lo conoce y lo sabe, que es poseedor de la verdad más absoluta y nadie puede discutirle. Es así y punto. Bueno, aceptaré este argumento, pero no voy a compartirlo. No quiero que esta necesidad mía se alivie o termine de una forma tan fácil, me gusta ir más allá.
Pero dejemos mi situación a un lado y reflexionemos. "¿Cómo es posible, por ejemplo, que hubiera -y haya- partidarios de la ideología hitleriana o franquista? ¿Cómo podían aquellas personas defender tanta atrocidad? ¿Por qué a la gente le gusta ver sufrir a un animal hasta la muerte? ¿Por qué aún sigue existiendo gente que no es partidaria del matrimonio homosexual o de la consecuente adopción por parte de éste?..." Estas son algunas de las preguntas que yo -y mucha gente que opine igual- se haría. Para ellos -y para mí- es tan evidente la obviedad con que negaríamos estas afirmaciones, que no somos capaces de entender por qué otras personas pueden pensar de forma diferente a cómo lo hacemos nosotros. Es inconcebible. Incomprensible. Nos horroriza. ¿Por qué? ¿Por qué muchas veces no somos capaces de aceptar que otras personas no tengan nuestra misma opinión? Los periodistas -o lo que fuera- que se sentaron ayer a debatir el tema del que hablo se creían totalmente en posesión de la verdad absoluta, y eso a muchos nos horroriza. Pero quizá deberíamos pensar si a ellos no les horroriza de igual forma que nosotros aceptemos el matrimonio homosexual y no solo eso, santo dios, sino que también se les permita "tener" hijos.
No quiero extenderme mucho más, creo que la idea principal ya es entendible. Pero diré algo más. Creo que es muy positivo e interesante, hasta bonito, que haya gente que no piense como nosotros. Que entre la humanidad, exista la diversidad de opinión sobre un mismo tema. Que unos sean capaces de ver la misma cosa como maravillosa, mientras otros la ven despreciable. Lo que no podemos pretender es intentar convencer al resto de que lo que tú crees es lo único válido en la vida, de que eres poseedor de la verdad absoluta. Porque, ni Dios, ni Hume, ni Kant, ni los de Intereconomía, tienen tal poder. Esa verdad quedará siempre flotando en el aire, esperando a que cada uno la acoja y moldee a su gusto, como aquel orfebre que afirma que sus vasijas son las mejores, las más perfectas, y no las del orfebre del puesto contiguo.
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