viernes, 24 de mayo de 2013

Noches de jueves

Escribo hoy esto con motivo del final de temporada de la serie Cuéntame cómo pasó, que tuvo lugar anoche mismo, cuando 5.012.000 espectadores se emocionaron frente a sus pantallas con este final de temporada. Y es que Cuéntame lleva semanas emocionándonos, debido al duro momento por el que pasa la familia Alcántara. Sin embargo, estos instantes no serían bien retratados sin la inmensa capacidad transmisiva de este maravilloso elenco. No creo que sea necesario hablar de Imanol Arias, Juan Echanove, Ana Duato o María Galiana, entre otros, tan buenamente formados en cine y teatro, en una carrera que se prolonga durante años.


No, a mí me gustaría hoy centrarme en Ricardo Gómez, o como media España le conoce, "Carlitos", ese niño que ha crecido en la pantalla de muchos españoles, durante los doce años de emisión de la serie. Si alguien ha tenido la oportunidad de ver los últimos capítulos de Cuéntame, entenderá de lo que intento hablar a continuación. Resulta increíble el progreso de este actor madrileño, al que por poco no 
escogen para el papel, que comenzó a grabar con una base muy pobre, casi inexistente, y a lo largo del tiempo ha demostrado su crecimiento y capacidad como actor. Ricardo Gómez nos ha llegado durante los años que lleva la serie, pero especialmente durante los últimos capítulos. La estancia en la cárcel de su personaje, completamente injustificada, el sufrimiento por las amenazas que recibe por otros carceleros, todo ello en una señal de amistad o amor más puros profesados hacia su amiga de la infancia Karina... Esto ha permitido al joven actor emocionarnos, hasta llegar a las lágrimas, mantenernos pegados a la pantalla con un nudo en el estómago, sufriendo en nuestras propias carnes sus desgracias. Es maravilloso, sí, maravilloso, observar a la juventud más inmadura alcanzar tanto, siempre desde la humildad y sencillez que -considero- ha demostrado este actor. 


 

Cuéntame superó anoche barreras, ofreció algo mucho más interesante a lo que ofrecen decenas de películas, plasmó, en sesenta minutos, el amor de unos padres hacia su hijo, la unión de la familia, la desesperación e impotencia ante la injusticia. Una serie que lleva acompañándos, acompañándome, toda una vida, desmostrando estos valores, siempre intentando reflejar la España de la época, inculcándonos su historia. Para los que no hayamos vivido aquellos momentos, "Cuéntame" nos ha hecho sentir el final del franquismo, la llegada de la democracia, la transición, el 23F de 1981, nos ha permitido adentrarnos en aquellos años que tanto marcaron la vida de nuestros padres y abuelos, y que es preciso nosotros también conozcamos. Es para mi un apéndice, algo que forma y formará siempre parte de mi infancia y adolescencia, y espero de gran parte de mi vida.


No es necesario hablar de la calidad técnica, interpretativa, visual de la serie. Tan solo es necesario dedicarle un jueves para comprobarlo por uno mismo. Sin embargo, si es preciso mencionar el alivio, el soplo de aire que Cuéntame trae al cine, a la televisión españolas, viendo cómo se encuentra este campo hoy día. Y es que me atrevo a decir sin dudarlo que Cuéntame es el proyecto español de mayor calidad en este ámbito, en este tiempo. Esperemos con impaciencia la llegada de la siguiente temporada, la noche de los jueves queda vacía hasta entonces.

lunes, 13 de mayo de 2013

Per(sonas)iodistas

Desde el comienzo de las clases en la universidad -de periodismo, claro- profesores o ponentes puntuales han insistido sin descanso en el tema de la objetividad y subjetividad en los medios. Concretamente en cómo un periodista debe dejar -en la medida de lo posible- la subjetividad a un lado, e intentar desempeñar su labor de la forma más objetiva y neutra posible. Esto, lector, lleva persiguiéndome unos ocho meses. Como una pesadilla...

Pero seamos sensatos, por favor. ¿A quién pretenden engañar con este cuento chino? No es necesario pensar esto en profundidad para caer en la cuenta de su absurdo. El periodista -como el juez, policia, médico o político- además de ser periodista, juez, policía, médico o político, no es otra cosa que persona. Persona humana. El periodista, que se encuentra en la redacción del periódico en el que -afortunadamente- trabaja, sentado frente a un ordenador, dispuesto a escribir una noticia -no importa su contenido-, no realiza previamente un ejercicio de neutralidad. 


"Veamos, debo escribir sobre la nueva ley del aborto que pretende implantar Gallardón. Contémoslo como si de un manual de física cuántica se tratase..."

No. Eso no pasa. ¡Y gracias al cielo! El periodismo, el simple hecho de escribir sobre algo, algo que es noticia, no está exento de ideología o subjetividad. Recalco ese NO. No lo está porque no puede estarlo. Me atrevo a decir que el periodismo consiste en contar historias. El periodismo, -afortunadamente- no esalgo así
 V =\frac{4}{3} \pi r^3.

Es un ejercicio en el que el periodista, la persona implicada, mete sus narices hasta el fondo del asunto al que se dedica. Lo que no pueden pretender es considerar el periodismo como una ciencia, porque no lo es. No somos científicos. No podemos escribir como si de fórmulas matemáticas se tratase.  

Pero, como ya he mencionado anteriormente, los jueces, policías, médicos o políticos se encuentran en la misma tesitura. Un juez, a la hora de establecer una sentencia u otra completamente distinta, se basa en su ideología, en lo más subjetivo que hay en él. Eso es así, es un hecho. No somos máquinas. No estamos programados. Tal y como escuché en un congreso periodístico al que acudí recientemente, en el momento de tomar una decisión (A) y no la contraria (B), ya estamos siendo subjetivos

Por suerte o por desgracia, esto es así. Y espero continue de esta forma por mucho tiempo, pues lo contrario se presenta como una redacción repleta de androides plateados programados para una causa. Me horroriza el simple pensamiento. Por ello, y que nadie se olvide, somos periodistas, profesionales, pero ante todo somos personas. Cabezas pensantes, con ideologías marcadas. Y me alegro esto sea así. Aceptemos esta pizca de humanidad y dejemos de intentar convencernos de lo contrario.

domingo, 5 de mayo de 2013

No caerá esa breva

El 20 de noviembre de 2011 millones de españoles votaron por "el cambio". Aquella mañana -sorprendentemente lejana en mi memoria- el gobierno de Zapatero, destrozado, acabado, arruinado y repudiado, abandonó la diligencia y fue sustituido por otro gobierno, con nuestro amigo Rajoy al mando, que prometía ser la "panacea" a todos nuestros problemas presentes y futuros. En pocas palabras y lo más educadamente posible, he intentado resumir aquel trámite. Puedo, sin embargo, ser mucho más breve. "De Guatemala a Guatepeor" señores. Salimos del fango para meternos en la mierda más absoluta... Y aquí nos encontramos, dos años después.

 No dudo en absoluto al afirmar que muchas personas -o hasta la mayoría si apuro un poco- acuden a las urnas como el que acude al mercado. Aquel que ha comido cordero asado toda su vida en Navidad, como buenos animales de costumbres que somos, se dirige al puesto de la carnicería tras haber encargado uno de los mejores lechales, con un buen fajo de billetes en la mano y una amplia sonrisa en el rostro. Sin embargo, aquel año -informa el carnicero- existe una grave epidemia entre la ganadería ovina, por lo que -advierte- el lechal que compre el cliente estará, con toda probabilidad, en mal estado. El que avisa no es traidor. Podríamos dirigirnos a otro puesto -tal vez el del pescado- y probar con otro plato principal para esas fiestas. Pero -pensamos- el cordero asado ha sido manjar exclusivo en Nochebuena, es tradición familiar, hemos sido "educados" con dicha costumbre. Así que nos arriesgamos. Y compramos el cordero. Y al llegar a casa, preparado para ser cocinado, observamos centenares de gusanos correteando por sus entrañas. ¿A quién culpamos? ¿Al carnicero tal vez? No, él nos lo advirtió. Ahora, sin más comida en la nevera y con la familia a punto de sentarse a la mesa, o sirves el cordero y justificas tu poco apetito con una enfermedad, o te toca comer huevos fritos. Así de simple.

Bien, la historia del cordero se ve claramente reflejada en la política. Muchos de nosotros -resalto el muchos, para todos los quisquillosos- votamos según cómo hemos sido educados. Si nuestros padres son del Partido Popular, yo, al cumplir dieciocho años, votaré a dicho partido. Y viceversa. Por suerte o por desgracia estamos muy influenciados por lo que nos enseñan los grandes. Esto, por supuesto, tendría lógica solución si, en lugar de enseñar tantas gilipolleces en los colegios, existiera algo así como una "enseñanza política", que formara a los niños -de la forma más objetiva posible-, dándoles así algo de conciencia política. Quizá, de existir esta materia, hoy no habría entre nosotros más de seis millones de parados, miles de familias desahuciadas o recortes hacia los más desprotegidos de nuestra sociedad. Hubo un día, cuando nos pudríamos pero el aire era aún respirable, algo parecido a esto de lo que hablo, la polémica "Educación para la ciudadanía", pero el cordero podrido -o tal vez lobo disfrazado- se encargó de eliminarla antes de salir perjudicado.  Pero no, hoy no estoy aquí para profundizar en nuestro maravilloso sistema educativo. Tal vez otro día.

 El quid de la cuestión es bastante simple. Si tú, desesperado ante la nefasta situación de tu país, decides votar a la derecha -o la izquierda-, te decantas por un partido político diferente -a pesar de conocer bien las posibles consecuencias-, leyendo las propuestas de dicho partido, votando A,B,A, lo lógico es que se cumpla ese A-B-A. O, por lo menos, AA. Si yo voto por el tango y ese partido que se proclamaba como "salvador" decide bailar la sardana -paradojas a parte- ¿cómo es posible que salga airoso de sus actos? ¿Cómo puede existir una inmunidad ante sus decisiones? Seamos claros y coherentes. Si alguien tiene el carnet de coche es para circular con una serie de normas, normas que si son incumplidas, derivarán en una serie de sanciones o, si la cosa es más grave, en la posible retirada de dicho carnet. Es bien sencillo. De hecho, educamos a nuestros niños de esta forma, debido a su simplicidad.

Deberíamos exigir, como ciudadanos, una ley por la cual, si los políticos del PP -o cualquier otro partido- mienten como bellacos y no actúan según sus cartas electorales, estemos en pleno derecho de despedirles -con amabilidad, por supuesto-. Pero claro, aquí llega el eterno dilema. El partido político en cuestión no va a establecer, siguiendo la lógica más aplastante, dicha norma o ley, y los jueces, en teoría -independientes- y los únicos capaces de unirse para esta causa, no se encuentran exentos de apoyarse en partidos políticos. Y mil problemas más, que derivan en lo de siempre, en que el ciudadano de a pie tenga que aguantar lo que se le venga encima sin remedio.

Lo cierto es que mi conocimiento sobre el establecimiento de leyes, jueces o similares es bastante limitado. Pero como ciudadana, y sobre todo persona humana, me pregunto por qué. ¿Por qué debemos aguantar que nos bamboleen de esta manera? ¿Por qué no está en nuestra mano hacer nada? ¿Por qué aceptamos este matiz propio de un sistema dictatorial? Alguien debería movilizarse contra esto. Lo que no podemos tolerar es que esta gente se ría en nuestras narices, y nosotros, mientras tanto, a la cola del paro. Pero claro, "es mucho más complicado que todo esto", dirán. No se producirá tal cambio. No caerá esa breva.