domingo, 5 de mayo de 2013

No caerá esa breva

El 20 de noviembre de 2011 millones de españoles votaron por "el cambio". Aquella mañana -sorprendentemente lejana en mi memoria- el gobierno de Zapatero, destrozado, acabado, arruinado y repudiado, abandonó la diligencia y fue sustituido por otro gobierno, con nuestro amigo Rajoy al mando, que prometía ser la "panacea" a todos nuestros problemas presentes y futuros. En pocas palabras y lo más educadamente posible, he intentado resumir aquel trámite. Puedo, sin embargo, ser mucho más breve. "De Guatemala a Guatepeor" señores. Salimos del fango para meternos en la mierda más absoluta... Y aquí nos encontramos, dos años después.

 No dudo en absoluto al afirmar que muchas personas -o hasta la mayoría si apuro un poco- acuden a las urnas como el que acude al mercado. Aquel que ha comido cordero asado toda su vida en Navidad, como buenos animales de costumbres que somos, se dirige al puesto de la carnicería tras haber encargado uno de los mejores lechales, con un buen fajo de billetes en la mano y una amplia sonrisa en el rostro. Sin embargo, aquel año -informa el carnicero- existe una grave epidemia entre la ganadería ovina, por lo que -advierte- el lechal que compre el cliente estará, con toda probabilidad, en mal estado. El que avisa no es traidor. Podríamos dirigirnos a otro puesto -tal vez el del pescado- y probar con otro plato principal para esas fiestas. Pero -pensamos- el cordero asado ha sido manjar exclusivo en Nochebuena, es tradición familiar, hemos sido "educados" con dicha costumbre. Así que nos arriesgamos. Y compramos el cordero. Y al llegar a casa, preparado para ser cocinado, observamos centenares de gusanos correteando por sus entrañas. ¿A quién culpamos? ¿Al carnicero tal vez? No, él nos lo advirtió. Ahora, sin más comida en la nevera y con la familia a punto de sentarse a la mesa, o sirves el cordero y justificas tu poco apetito con una enfermedad, o te toca comer huevos fritos. Así de simple.

Bien, la historia del cordero se ve claramente reflejada en la política. Muchos de nosotros -resalto el muchos, para todos los quisquillosos- votamos según cómo hemos sido educados. Si nuestros padres son del Partido Popular, yo, al cumplir dieciocho años, votaré a dicho partido. Y viceversa. Por suerte o por desgracia estamos muy influenciados por lo que nos enseñan los grandes. Esto, por supuesto, tendría lógica solución si, en lugar de enseñar tantas gilipolleces en los colegios, existiera algo así como una "enseñanza política", que formara a los niños -de la forma más objetiva posible-, dándoles así algo de conciencia política. Quizá, de existir esta materia, hoy no habría entre nosotros más de seis millones de parados, miles de familias desahuciadas o recortes hacia los más desprotegidos de nuestra sociedad. Hubo un día, cuando nos pudríamos pero el aire era aún respirable, algo parecido a esto de lo que hablo, la polémica "Educación para la ciudadanía", pero el cordero podrido -o tal vez lobo disfrazado- se encargó de eliminarla antes de salir perjudicado.  Pero no, hoy no estoy aquí para profundizar en nuestro maravilloso sistema educativo. Tal vez otro día.

 El quid de la cuestión es bastante simple. Si tú, desesperado ante la nefasta situación de tu país, decides votar a la derecha -o la izquierda-, te decantas por un partido político diferente -a pesar de conocer bien las posibles consecuencias-, leyendo las propuestas de dicho partido, votando A,B,A, lo lógico es que se cumpla ese A-B-A. O, por lo menos, AA. Si yo voto por el tango y ese partido que se proclamaba como "salvador" decide bailar la sardana -paradojas a parte- ¿cómo es posible que salga airoso de sus actos? ¿Cómo puede existir una inmunidad ante sus decisiones? Seamos claros y coherentes. Si alguien tiene el carnet de coche es para circular con una serie de normas, normas que si son incumplidas, derivarán en una serie de sanciones o, si la cosa es más grave, en la posible retirada de dicho carnet. Es bien sencillo. De hecho, educamos a nuestros niños de esta forma, debido a su simplicidad.

Deberíamos exigir, como ciudadanos, una ley por la cual, si los políticos del PP -o cualquier otro partido- mienten como bellacos y no actúan según sus cartas electorales, estemos en pleno derecho de despedirles -con amabilidad, por supuesto-. Pero claro, aquí llega el eterno dilema. El partido político en cuestión no va a establecer, siguiendo la lógica más aplastante, dicha norma o ley, y los jueces, en teoría -independientes- y los únicos capaces de unirse para esta causa, no se encuentran exentos de apoyarse en partidos políticos. Y mil problemas más, que derivan en lo de siempre, en que el ciudadano de a pie tenga que aguantar lo que se le venga encima sin remedio.

Lo cierto es que mi conocimiento sobre el establecimiento de leyes, jueces o similares es bastante limitado. Pero como ciudadana, y sobre todo persona humana, me pregunto por qué. ¿Por qué debemos aguantar que nos bamboleen de esta manera? ¿Por qué no está en nuestra mano hacer nada? ¿Por qué aceptamos este matiz propio de un sistema dictatorial? Alguien debería movilizarse contra esto. Lo que no podemos tolerar es que esta gente se ría en nuestras narices, y nosotros, mientras tanto, a la cola del paro. Pero claro, "es mucho más complicado que todo esto", dirán. No se producirá tal cambio. No caerá esa breva.


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