domingo, 30 de junio de 2013

Caza de brujas en Uganda


En Uganda, ser homosexual es un delito, crimen, enfermedad, hábito o adicción. En Uganda, sentir atracción sexual por una persona de tu mismo sexo, te convierte en un peligroso criminal, perseguido, capturado e incluso asesinado por el gobierno de este lugar y sus innumerables secuaces. Todo esto he aprendido en gran profundidad al dedicar 55 minutos de mi mañana de domingo a la maravilla de Jon Sistiaga, “Caza al homosexual en Uganda”, que muestra esta auténtica desmedida y voraz caza de brujas, situación que se está dando a día de hoy, en pleno siglo XXI, en lo que muchos consideran la era del cambio y progreso social mundial. 

La “Ley matagays”, -nombre oficial otorgado por directivos ugandeses- pendiente de aprobación, ha hecho resurgir y ha suscitado el interés en este, nuestro paraíso europeo, hacia la horrorosa cuestión. En un país con un 24% de analfabetismo en los hombres y un 40% entre las mujeres –dejando a un lado la pobreza y enfermedad por falta de recursos económicos y sanitarios- es tremendamente sencillo –tanto que resulta insultante- extender esta demonización hacia gays, lesbianas y transexuales, no solo desde la política, sino desde la iglesia, dado el gran carácter creyente y religioso de la sociedad ugandesa. De esta forma, altos cargos políticos y religiosos del país manejan y tejen a su antojo, imponen y extienden, prohíben y persiguen y encarcelan y asesinan y normalizan esta situación. Intentan y consiguen convencer e interiorizar entre la población que “los homosexuales están reclutando niños en las escuelas para convertirlos, para infectarlos con esta enfermedad”. 


 Ni siquiera es necesario serlo para estar condenado. El simple hecho de visualizar un acto homosexual  te convierte en cómplice. Vecinos, familiares, transeúntes, se convierten en el ojo expiatorio de tu propia existencia, están obligados –aunque ni siquiera sea necesario- a denunciar cualquier caso o sospecha, enfrentándose de lo contrario a penas de prisión de hasta cuatro años. Por ello, en el momento en que un habitante de este lugar sale del armario, su destino inevitable y directo es el destierro familiar y social, la muerte en vida. Personas que han de refugiarse en las llamadas “casas de seguridad”, fundadas por la comunidad gay de los “Icebreakers”, en la que jóvenes con la misma situación reciben apoyo mutuo.


Para comprender toda esta barbarie e irrealidad, es necesario mirar hacia arriba y analizar la condición del que manda, del que controla el poder y lo emplea a su antojo. Del ejecutor y permisor. En primer lugar, tenemos al señor Simon Lokodo, ministro de ética e integridad y sacerdote católico. Esto solo me lleva a pensar en Rouco Varela ocupando nuestro trono, dictando reformas con un dedo índice huesudo y viejo, acusador. Pues bien, este hombre, de gran influencia en su país, considera a los homosexuales como muy peligrosos y destructores de la humanidad. Y no solo eso, sino que además nos ofrece dos razones –con un fundamento que produce hilaridad, una carcajada inevitable a la pantalla- por las que debemos estar de acuerdo. En primer lugar, dice, los homosexuales son unos pervertidos, han perdido la orientación natural de la sexualidad. No tiene suficiente con ello sino que –agárrense- recurre a las leyes de la física, dos polos diferentes se atraen, en cambio dos polos iguales es físicamente imposible. Y este señor mira hacia la cámara orgulloso, con la boca llena y el pecho hinchado. 


Como él, los hay a patadas. Tenemos a David Bahati, diputado que redactó con su propia mano esta Ley antihomosexual, que afirma la homosexualidad es un hábito que se aprende y por tanto se puede desaprender, y no duda en acusar a numerosas ONG´s que se apoyan en la lucha contra el SIDA y en realidad son cómplices de campañas gays para el reclutamiento de niños. Bahati, perro faldero por excelencia de Martin Ssempa, reverendo, famoso en todo el mundo por su video “Comemierda”, en el que declara los homosexuales, en la intimidad, se dedican a comerse la mierda el uno del otro… ¿Quién quiere, por tanto, ser homosexual? O el periodista Gilles Muhane, editor de la revista “Rolling Stone”, de gran importancia en el país, conocido por la polémica publicación de fotografías de cien homosexuales, personas que resultaron perseguidas, encarceladas, y hasta asesinadas, como es el caso de David Kato, importante activista. Christoples Senyonjo, obispo anglicano, fue expulsado de su comunidad religiosa por apoyar la homosexualidad. Convencido de que su Dios, es el Dios del amor, Dios que no castiga a nadie por haber sido creado de la manera en que ha sido creado. Un hombre sensato, con ideas justas entre tanta inmundicia, pero que predica en el desierto. 


Políticos, reverendos, periodistas. ¿Qué esperanzas quedan, con este poder concentrado, unido, viciado, imparable? Poder que persigue, tortura, encarcela, asesina y ordena las llamadas violaciones correctivas, para que mujeres, al ser violadas por varios hombres, al experimentar tal placer, se sientan más mujeres, queden curadas de su enfermedad. No son tontos, saben lo que hacen. Tienen a la población agarrada por los huevos, manejada, extorsionada y controlada. Resulta familiar, nos suena, ya hemos visto esto antes. Tan solo queda un ápice de esperanza, el rayo de luz en ese ambiente nefasto y oscuro que aportan estos jóvenes, que luchan de forma incansable por sus derechos, día a día, jugándose el cuello por el mero hecho de ser quienes son, y mostrarlo al mundo.

sábado, 22 de junio de 2013

(In)dependencia, así la llaman

Nos encontramos en un edad difícil, una edad situada sobre un fino hilo tensado entre dos universos paralelos, justo en el centro del filamento, sin avance ni retroceso. Hablo de esta época universitaria tan contraria a lo que nos habían contado o quisimos creer. Muchos adolescentes ansían desesperadamente la llegada de esa nueva era, considerada como un desfase permanente de fiestas universitarias, porros y cervezas en el césped y sexo descontrolado. Existen también aquellos para los que todo esto queda relegado, y simplemente sueñan con despegarse de esas asignaturas infernales que les persiguen sin descanso de forma inevitable, siendo obligados a cursarlas porque resultan beneficiosas para sus próximos estudios.

Pues bien, todos estos postadolescentes  sufren una brutal caída en picado al ver destrozadas sus expectativas. Porque la universidad, señores, no es un lugar donde fumar porros en el césped -especialmente en aquellas donde el césped es inexistente, y a Dios pongo por testigo que las hay- y además te obliga a tragar temarios inútiles e infumables que nada tienen que ver con tus aspiraciones, con los estudios escogidos. Sin embargo esto último es otra historia en la que no me centraré, al menos hoy.

Nos encontramos en una edad difícil,  una edad situada sobre un fino hilo tensado entre dos universos paralelos, justo en el centro del filamento, sin avance ni retroceso. Una edad en la que abandonas la adolescencia pero no llegas a a alcanzar la madurez, la edad adulta, una edad escenificada en el momento en que el corredor, dispuesto a salir y comenzar la competición, da pequeños saltitos de calentamiento hacia alante, hacia atrás, sin avanzar ni retroceder. Una edad que concede una "independencia" engañosa, en la que -en teoría- se es capaz de tomar las propias decisiones y elegir el camino a escoger. Pero nada de esto es real. Esa que se hace llamar "independencia" es una farsante con una máscara que recoge tal nombre. Nos vemos casi forzados a convivir con los mayores hasta la canicie, con la (de)pendencia económica que ello supone, cayendo en una espiral de inutilidad inevitable. Y a pesar de ello, debemos dar las gracias, al suponer una alternativa factible frente a lo que podríamos encontrarnos. No es otra cosa que la lucha constante entre nuestras aspiraciones y la falta de dinero en el bolsillo, dinero hacia el que tal vez la juventud tenga derecho, no en este tiempo, por supuesto. Una lucha constante entre lo que se sueña y lo que se es. Independencia, así la llaman.

lunes, 10 de junio de 2013

Yo, también me masturbo

Viene a mi mente ahora la ocasión en la que escuche la palabra paja por vez primera. No la paja del campo, precisamente, aquella me cansé de verla en la Mancha, en forma de pacas redondas o cuadradas, en los yermos campos interminables, durante mis viajes de verano en la niñez. No, les hablo de la masturbación. Una muchacha, compañera de clase, algo "precoz" para nuestros once años, la edad de las vergüenzas y las risitas entre dientes, del rubor y el vello y los pechos y la menstruación, comentó algo así como "Pues yo he dejao a mi novio, porque se hace pajas". Pajas... Curioso atributo. Evidentemente, los murmullos y carcajadas de todas las presentes cohibieron y frenaron mi curiosidad y duda, que no fue resuelta hasta tiempo después -tal vez por fortuna-. 

Lo anterior, como simple anécdota, puede ayudar en la iniciación de este por desgracia escabroso tema que intentaré analizar a continuación. Si hay algo que tenemos claro en esta sociedad, entre los adolescentes en particular -pues es a esta edad en que esta historia causa mayores "estragos"- es que los hombres se masturban. Todas veíamos con indignación y repugnancia este ritual, que sabíamos era practicado por nuestros compañeros, tal vez frente a imágenes de tías buenas o tan solo mediante la imaginación de una compañera de clase -con toda probabilidad una de aquellas mismas que veían con indignación y repugnancia dicho acto-. Lo curioso de todo aquello es la aceptación y la resignación hacia esa masturbación masculina. "Los tíos se masturban porque son unos viciosos", "Lo necesitan, es cuestión de vida o muerte", "Eso demuestra su simplicidad..." ¿Por qué? Que alguien me explique por qué, en pleno siglo XXI, tras más de cuarenta años de un supuesto progreso, con la cada vez mayor aceptación hacia gays, lesbianas, transexuales y demás gente que hace con su vida lo que le da la real gana... aún continúa ese prejuicio estúpido hacia esta circunstancia, aún se considera algo "repugnante" a la autoestimulación, a una autosatisfacción, algo tan vital, importante y natural como son los órganos genitales en particular, el sexo en general.


Si ya resulta de una dificultad abrupta para los hombres, no nos paremos a pensar en el caso de las mujeres. Pobres desgraciadas. La sociedad, empeñada en su continuo encasillamiento, unida al deplorable conformismo de la mujer, desemboca en un símil que tan solo consigue horrorizarme: aquella acusada por el delito de la masturbación, sufre el destino del fuego y la carne quemada en la hoguera, cual bruja de un pasado antagónico. A ver quien tiene cojones de reconocer ante su grupo de amigas que ha pecado alguna vez de la masturbación, que le ha gustado o que -peor aún- suele hacerlo con cierta periodicidad. Si dicho proceso comienza en ellos durante la preadolescencia, no se dará en ellas -si es que se da, extrañamente ocurrirá esto- hasta la edad de diecisiete, dieciocho, diecinueve años en adelante, si se produce una alineación vertical de los planetas que desemboca en una suerte inhumana. Bien, lectores... ¿Por qué? ¿Por qué tanta vergüenza hacia este acto, tan natural como necesario, cuya inexistencia tan solo dificultará las relaciones sexuales en un futuro y su aceptación colaborará para un mayor placer sexual durante estas. Parece mentira que, de forma inconsciente pero aterradoramente explícita, exista este pudor injustificado hacia la masturbación, especialmente la femenina, a pesar de todo el progreso y evolución en lo que a este tema respecta. Parece ser que aquella vieja sombra y los ideales que intentó tejer continuarán cubriendo nuestras cabezas, filtrándose entre nuestros pensamientos, durante más tiempo. 

lunes, 3 de junio de 2013

Disfrute del viaje

Doce del mediodía. Sol justiciero calienta la 
chapa de aquel armatoste, filtrándose por el vidrio de los grandes ventanales, siempre cerrados a cal y canto. Unos metros más allá, detrás de mi, un señor de unos sesenta y pocos profiere estruendosos sonidos con su garganta, para expulsar, posteriormente, cualquier sustancia sobre el pavimento. Al otro lado, dos mujeres de mediana edad, salidas recién de la peluquería, perfume asfixiante a laca, intercambiando peripecias sobre una tal "Paqui", pobre la tal Paqui, algo horrible debe haber hecho. Un hombre extremadamente grande, más de cien kilos de peso, ocupa espacio para tres personas, grandes manchas oscuras bajo sus axilas, gotas de sudor discurren por su calva, llegando hasta la papada, filtrándose por entre el cuello de la camisa, repleta de grandes manchas de diversos tamaños y colores. En un asiento próximo, aquel hombre silva distraído, el olor de su fétido aliento me envuelve, giro la cabeza lo máximo posible. Un par de ancianas, carrito de compra en mano, tras la mañana en el mercadillo, grandes cebollas asoman por la abertura de aquel estampado a cuadros, me rozan la pierna, mis ojos se anegan de lágrimas, dada la sensibilidad hacia la hortaliza. Niños que lloran, incesantes, chillidos profundos y agudos, berrean, corretean furiosos por el vehículo, aquella que debe ser la madre apenas grita un "Niños, portáos bien"; de vez en cuando. El conductor, gafas de sol, sostiene el teléfono móvil en la mano izquierda, cigarrillo en la derecha, dirige el volante entre el codo y antebrazo. Acelerones, frenazos constantes, rotondas interminables, volantazos inesperados, desarrollo mi equilibrio, alguien empuja para salir, la puerta no funciona, se atranca, improperios, los niños lloran... Disfrute del viaje.