lunes, 10 de junio de 2013

Yo, también me masturbo

Viene a mi mente ahora la ocasión en la que escuche la palabra paja por vez primera. No la paja del campo, precisamente, aquella me cansé de verla en la Mancha, en forma de pacas redondas o cuadradas, en los yermos campos interminables, durante mis viajes de verano en la niñez. No, les hablo de la masturbación. Una muchacha, compañera de clase, algo "precoz" para nuestros once años, la edad de las vergüenzas y las risitas entre dientes, del rubor y el vello y los pechos y la menstruación, comentó algo así como "Pues yo he dejao a mi novio, porque se hace pajas". Pajas... Curioso atributo. Evidentemente, los murmullos y carcajadas de todas las presentes cohibieron y frenaron mi curiosidad y duda, que no fue resuelta hasta tiempo después -tal vez por fortuna-. 

Lo anterior, como simple anécdota, puede ayudar en la iniciación de este por desgracia escabroso tema que intentaré analizar a continuación. Si hay algo que tenemos claro en esta sociedad, entre los adolescentes en particular -pues es a esta edad en que esta historia causa mayores "estragos"- es que los hombres se masturban. Todas veíamos con indignación y repugnancia este ritual, que sabíamos era practicado por nuestros compañeros, tal vez frente a imágenes de tías buenas o tan solo mediante la imaginación de una compañera de clase -con toda probabilidad una de aquellas mismas que veían con indignación y repugnancia dicho acto-. Lo curioso de todo aquello es la aceptación y la resignación hacia esa masturbación masculina. "Los tíos se masturban porque son unos viciosos", "Lo necesitan, es cuestión de vida o muerte", "Eso demuestra su simplicidad..." ¿Por qué? Que alguien me explique por qué, en pleno siglo XXI, tras más de cuarenta años de un supuesto progreso, con la cada vez mayor aceptación hacia gays, lesbianas, transexuales y demás gente que hace con su vida lo que le da la real gana... aún continúa ese prejuicio estúpido hacia esta circunstancia, aún se considera algo "repugnante" a la autoestimulación, a una autosatisfacción, algo tan vital, importante y natural como son los órganos genitales en particular, el sexo en general.


Si ya resulta de una dificultad abrupta para los hombres, no nos paremos a pensar en el caso de las mujeres. Pobres desgraciadas. La sociedad, empeñada en su continuo encasillamiento, unida al deplorable conformismo de la mujer, desemboca en un símil que tan solo consigue horrorizarme: aquella acusada por el delito de la masturbación, sufre el destino del fuego y la carne quemada en la hoguera, cual bruja de un pasado antagónico. A ver quien tiene cojones de reconocer ante su grupo de amigas que ha pecado alguna vez de la masturbación, que le ha gustado o que -peor aún- suele hacerlo con cierta periodicidad. Si dicho proceso comienza en ellos durante la preadolescencia, no se dará en ellas -si es que se da, extrañamente ocurrirá esto- hasta la edad de diecisiete, dieciocho, diecinueve años en adelante, si se produce una alineación vertical de los planetas que desemboca en una suerte inhumana. Bien, lectores... ¿Por qué? ¿Por qué tanta vergüenza hacia este acto, tan natural como necesario, cuya inexistencia tan solo dificultará las relaciones sexuales en un futuro y su aceptación colaborará para un mayor placer sexual durante estas. Parece mentira que, de forma inconsciente pero aterradoramente explícita, exista este pudor injustificado hacia la masturbación, especialmente la femenina, a pesar de todo el progreso y evolución en lo que a este tema respecta. Parece ser que aquella vieja sombra y los ideales que intentó tejer continuarán cubriendo nuestras cabezas, filtrándose entre nuestros pensamientos, durante más tiempo. 

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