sábado, 22 de junio de 2013

(In)dependencia, así la llaman

Nos encontramos en un edad difícil, una edad situada sobre un fino hilo tensado entre dos universos paralelos, justo en el centro del filamento, sin avance ni retroceso. Hablo de esta época universitaria tan contraria a lo que nos habían contado o quisimos creer. Muchos adolescentes ansían desesperadamente la llegada de esa nueva era, considerada como un desfase permanente de fiestas universitarias, porros y cervezas en el césped y sexo descontrolado. Existen también aquellos para los que todo esto queda relegado, y simplemente sueñan con despegarse de esas asignaturas infernales que les persiguen sin descanso de forma inevitable, siendo obligados a cursarlas porque resultan beneficiosas para sus próximos estudios.

Pues bien, todos estos postadolescentes  sufren una brutal caída en picado al ver destrozadas sus expectativas. Porque la universidad, señores, no es un lugar donde fumar porros en el césped -especialmente en aquellas donde el césped es inexistente, y a Dios pongo por testigo que las hay- y además te obliga a tragar temarios inútiles e infumables que nada tienen que ver con tus aspiraciones, con los estudios escogidos. Sin embargo esto último es otra historia en la que no me centraré, al menos hoy.

Nos encontramos en una edad difícil,  una edad situada sobre un fino hilo tensado entre dos universos paralelos, justo en el centro del filamento, sin avance ni retroceso. Una edad en la que abandonas la adolescencia pero no llegas a a alcanzar la madurez, la edad adulta, una edad escenificada en el momento en que el corredor, dispuesto a salir y comenzar la competición, da pequeños saltitos de calentamiento hacia alante, hacia atrás, sin avanzar ni retroceder. Una edad que concede una "independencia" engañosa, en la que -en teoría- se es capaz de tomar las propias decisiones y elegir el camino a escoger. Pero nada de esto es real. Esa que se hace llamar "independencia" es una farsante con una máscara que recoge tal nombre. Nos vemos casi forzados a convivir con los mayores hasta la canicie, con la (de)pendencia económica que ello supone, cayendo en una espiral de inutilidad inevitable. Y a pesar de ello, debemos dar las gracias, al suponer una alternativa factible frente a lo que podríamos encontrarnos. No es otra cosa que la lucha constante entre nuestras aspiraciones y la falta de dinero en el bolsillo, dinero hacia el que tal vez la juventud tenga derecho, no en este tiempo, por supuesto. Una lucha constante entre lo que se sueña y lo que se es. Independencia, así la llaman.

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